martes, 9 de octubre de 2012

Desde el fondo de mi corazón...


Año 1993. 

Como cada noche, mi madre me enviaba a buscar a mis hermanas. Yo sabía que se reunían en la calle de Mariquita Linda para ver a sus amigos, quienes tenían una rampa donde mostraban sus habilidades en la bicicleta. Fue la primera vez que lo vi. Se preparaba para hacer su "número" con una patineta medio desgastada de tanto uso. Desde lo alto de la rampa, se lanzó para hacer unas cuantas vueltas, lo miré, me llamó la atención y enfoqué nuevamente mi mirada hacía mis hermanas quienes, sabedoras de que iba a darles el aviso de mi madre para que regresaran a la casa, me evitaban...

Enojada, les advertí que las acusaría con mi madre y que ella iría hasta ahí por ellas. No tardaron en despedirse de sus amigos y --obviamente-- no dejaron que me fuera hasta después de que ellas dijeran adiós a sus cómplices nocturnos. En ese lapso de tiempo se acercó aquel chiquillo de 14 años. Sonriente. Enérgico. Único.

Tratando de que yo me uniera a sus días nocturnos y no tuvieran aquella niña "chismosa" en casa que las acusara con su mamá, mis hermanas trataron de presentarme al menor de la "banda", al Willis quien sonriente se acercó a mí. Me enojé. Comenzaron a hacerme burla y yo huí.

No volví a pensar en el tema. Mi mente era demasiado inmadura para pensar en algo más que no fueran muñecas barbies o coleccionar álbumes que regalaba el osito Bimbo. Mi única pasión eran los videojuegos, las famosas "maquinitas", las frituras con salsa Valentina y limón y jugar. Así de inmadura era. Tenía 11 años...

Mis hermanas quizás pensaron que si yo salía con ellas y comenzaba a interesarme en sus actividades de adolescentes yo ya no iría a decirle a mi madre dónde estaban, ni qué hacían, ni con quién andaban. Así que como cada noche se reunían en la esquina de Las Isabeles y La Escondida, su grupo de amigos siempre las veían ahí y comenzaron a "sacarme" de mi casa. Total, si yo hacía lo mismo que ellas no las acusaría con mamá. Pero no era fácil. Al final de cuentas ellas tenían 13 y 14 años, yo solo tenía 11. El Willis apareció nuevamente, era parte del grupo de amigos de mis hermanas y, según oí, él estaba interesado por una de mis ellas, los dos tenían 13 años.

Finalmente se logró lo que mis hermanas buscaban con tanto ahínco: me fijé en el Willis de una manera distinta. Comencé a sentir algo que nunca había sentido. Mi estómago parecía tener mil mariposas. Mi corazón se agitaba nada más de mirarlo. Mi voz temblaba al querer hablarle. Y... como no pude con aquella presión, renuncié y me fui a casa. Al final de cuentas él ni se fijaba en mí...

Yo no pertenecía aquel grupo. Mis amigos tenían 11 años como yo, jugábamos aún a las escondidas, al turista mundial o hacíamos competencia en las bicicletas. Corrí hacía la casa de Vanessa y de Gustavo, quienes en ese entonces eras mis mejores amigos. Me refugié en ellos y volví a mi vida habitual.

Mis hermanas no quisieron darse por vencidas, no sé si lo tomaron como un reto, como un desafío o como mera maldad. Así que me despojaron de mis ropas infantiles y me pusieron minifalda, un top negro y una camisa juvenil con agujeros.. Me peinaron a la moda, con un copete inmenso, me pusieron rímel en los ojos, delineador negro y labial rojo. Me sentí incómoda. Pero quería que él se fijara en mí y acepté que mis hermanas experimentaran conmigo. Me llevaron a una tocada a unas cuantas calles de donde vivíamos. Pero me harté y les dije que nos fuéramos. Ellas no querían irse. Pero mi terquedad las hizo desistir. Rumbo a la casa, el grupo de amigos de mis hermanas apareció. Nuevamente comenzaron las burlas. Pero no me importó porque finalmente sus ojos se posaron en mí. El Willis finalmente me había visto...

A LOS 12...

Mi cumpleaños número 12 se aproximaba. Con él nuevos cambios, nuevos tiempos, nuevos retos. Se acercaba la hora de dejar la primaria y comenzar la secundaria. Pero aún faltaba para eso.

Dicen que el primer amor nunca se olvida y es muy cierto. Me enamoré como una enana de aquel chiquillo que siempre andaba en patineta. Sus ojos eran grandes y expresivos. Su sonrisa era maravillosa. Sus labios eras seductores. Su alma era única. Comenzamos a hacernos amigos. Yo seguía poniéndome nerviosa cada vez que lo veía. Él comenzó a buscarme en mi casa. Siempre me hacía burla porque no me peinaba y me decía que me regalaría un peine para ver si así yo finalmente me arreglaba el cabello. Nunca se me dio.

Comencé a cambiar. Ahora ya no me importaban mis hermanas ni lo que hacían. Ya no sabía qué responderle a mi madre. Comencé a dejarme llevar y a sentir. Me encantaba estar a su lado, platicar con él, oírlo, mirarlo y tocarlo. Para entonces ya había cumplido los 12 años y el 14. Entré a la secundaria y mis pensamientos comenzaron a ser distintos. Quería que él fuera mi novio, quería besarlo, abrazarlo. Deseaba que me dijera que me quería. Pero la cosas no se daban.



Una noche fue por mí a mi casa, me invitó a una fiesta que se hacía frente a la suya. Me sentí en las nubes. Caminamos por la calle hasta llegar a donde estaba la gente bailando. Sonaba en aquel instante una canción de La Banda Machos, "No bailes de caballito", él comenzó a cantarme al odio "Hay chiquitita pechocha peperimama cómo te quiere tu papa ve". Lo amé. Le dije que si quería bailar, se río y me dijo que sí. Cuando lo tomé de la mano para ir al centro de la pista de baile, me tomó por la cintura y me llevó a la orilla. Me dijo que no sabía bailar. No le creí. Esa noche decidí que lo quería para mí. Que quería que fuera mi novio. Así que lo decidí.

La noche siguiente fue a mi casa, a platicar como siempre. Nos sentamos en la banqueta y comenzamos a platicar. Mi corazón latía muy fuerte. Tenía que hacerlo. Lo deseaba...

Lo miré a los ojos y le dije:

--¿Quieres ser mi novio?

Sonrío, no sé si de nervios o de felicidad, y me respondió:

--Sí

Le dí una hoja que había arrancado de mi libreta Scribe, en donde previamente había dibujado un corazón con nuestros nombres. Volvió a sonreír. Me abrazó y, nervioso, se acercó a mis labios. Me besó.

Debo confesar que fue mi primer beso. No supe cómo besar, ni qué hacer. Pero sentí la cosa más bella que jamás he sentido en la vida nuevamente.

Supe entonces que jamás dejaría de amarlo.

Así comenzó nuestra historia...

Continuará...

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